Sabado
12 de Abril de 2025
24 de marzo de 2025
Tiene 39 años y dicta clases gratuitas de una disciplina francesa denominada "Tolpar" a veinte alumnos en el gimnasio del Club Atlético Lamadrid, en el barrio porteño de Devoto. Su historia de vida, desde el abandono de sus padres biológicos en su Tucumán natal hasta su paso por las adicciones, las apuestas y la cárcel. "El deporte es salud y, así como me ayudó a mí, creo que puedo ayudar a otros", dice
Diego tiene 37 años y es instructor de una academia de Artes Marciales en la ciudad de Lobos. Desde hace meses, todas las semanas, viaja 250 kilómetros para entrenar con Federico Lorenzo. “Lo que se enseña acá no lo ves en otros lados. Vine a aprenderlo para trasladárselo a mis alumnos”, le cuenta a Infobae. Melina, una actriz de 35 y la única mujer de la clase, dice que encontró en la esgrima de cuchillo un espacio para soltar tensiones. “Empecé porque estaba actuando en una serie donde interpretaba a una presidiaria y me servía para darle verosimilitud al personaje. Con el tiempo, sin darme cuenta, me dio confianza. Ahora camino mucho más segura en la calle”, reconoce.
Federico nació en la provincia de Tucumán y, a los días, lo abandonaron dentro de una bolsa de consorcio en el barrio de Villa Luján. “Después me adoptó un matrimonio y me trajeron para Buenos Aires”, cuenta. Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Villa del Parque, en una familia trabajadora que tenía una inmobiliaria. A pesar de la estabilidad y del amor que le brindaron sus padres adoptivos, él dice que siempre arrastró la “herida de abandono”. Tanto fue así que, durante su adolescencia, cayó en las adicciones. “A los 16 probé la cocaína en un boliche y ya no pude dejarla. Después vinieron las apuestas”, admite.
Así conoció a Nicola Andrea Pulitano, un reconocido instructor italiano que se había instalado en Argentina. “Fui uno de sus pocos alumnos. Era una persona muy exigente y violenta para enseñar”, cuenta Federico que, hasta 2011, fue su discípulo. Cuando su maestro regresó a Italia, dejó de practicar por dos años hasta que, en 2013, retomó sus clases en una escuela de Ramos Mejía, donde estuvo hasta 2015. Ahí, también incursionó en el Arnés Diablo: un sistema pensado para la supervivencia y el combate cuerpo a cuerpo cuando ya no hay más opciones de escape.
“Siempre me gustaron los palos, los cuchillos, los nunchakus. No sé qué tenía de especial, pero me llamaban la atención. Nunca los pensé realmente como una estrategia de defensa personal. A mí venís a robarme y te doy todo”, dice entre risas.Para 2015, Federico se instaló en Gregorio de Laferrere, partido de La Matanza. Según cuenta, estaba “limpio” y haciendo una vida sana. “Iba a Narcóticos Anónimos. Había cumplido cuatro años sin tomar drogas ni alcohol”, cuenta orgulloso. Dos años después, su vida se desmoronó. “Me separé, perdí el trabajo y descarrilé. A los cuatro meses caí detenido, pero siendo inocente. Me plantaron droga y un arma. Pasé cuatro años, dos meses y trece días privado de la libertad“, dice.Finalmente, un abogado que pagó su familia logró reducir su condena. Salió en 2022 con el beneficio de la libertad condicional. “Me largaron un miércoles a la una de la mañana sin plata ni documentos. Llegué a Villa del Parque a las siete haciendo dedo. Me reencontré con mis padres, a los que no veía desde hacía tres años por la pandemia, y después me fui corriendo a buscar a mi hijo al colegio. Nunca me voy a olvidar de ese abrazo. Volví a Narcóticos Anónimos y, el sábado, ya estaba entrenando otra vez”, cuenta.
Tras recuperar la libertad, Federico intentó reinsertarse laboralmente. No fue fácil. “Buscaba trabajo, pero cuando saltaban los antecedentes, me echaban. Me costó muchísimo, hasta que el dueño de un restaurant me dio una oportunidad como lavacopas”, explica.“Empecé dando clases en un parque. Mi primera alumna fue mi expareja, que llegó a ser campeona nacional dos veces. A diferencia de la esgrima de espada, este es más accesible”, dice. Hoy, además de dar clases, Federico compite. En las competencias, los luchadores utilizan cuchillos de goma, aluminio o teflón, cascos de esgrima y guantes. El próximo 18 de mayo se llevará a cabo el tercer Torneo Nacional en Capital Federal, del que participarán competidores y escuelas de todo el país. “Hay un mundial una vez al año y es en Francia. Todavía no fuimos. Capaz el año que viene podamos”, se ilusiona.
A pesar del crecimiento de la disciplina en nuestro país, aún hay quienes descalifican la práctica por su vínculo simbólico con las armas blancas. “Algunos la llaman ‘esgrima tumbero’, pero lo que yo enseño es un deporte”, aclara Federico. “No hago apología al delito ni a la violencia. Los combates con armas improvisadas no ocurren solo en las cárceles; en la calle también hay agresiones con cuchillos. Sí, es un arma, pero también lo es una piedra. La diferencia está en el uso que se le da”.“El deporte es salud y, así como me ayudó a mí, creo que puedo ayudar a otros. Yo no vivo de esto. Lo que hago es devolver lo que la esgrima me dio. Yo soy rico sin plata. La paso bien. A la medianoche estoy durmiendo, cuando antes pasaba días sin cerrar los ojos. Me levanto, trabajo, entreno y soy feliz”, se despide.
Fotos/Gustavo Gavotti