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5 de octubre de 2025

La civilización que revolucionó los Andes y transformó la Amazonía en Ecuador: Mayo Chinchipe‑Marañón

Sus vestigios demuestran que la Amazonía no fue un territorio aislado, sino cuna de innovaciones que influyeron en la civilización andina

>Durante la primera década del siglo XXI, un hallazgo fortuito en la región amazónica del sur de Ecuador cambió la forma de entender la historia precolombina. Mientras abría un camino secundario en la localidad de Santa Ana‑La Florida, en el cantón Palanda de Zamora Chinchipe, un maquinista se topó con objetos de piedra que parecían fuera de lugar. Aquellos fragmentos desencadenaron un proyecto binacional encabezado por el arqueólogo Francisco Valdez y un equipo franco‑ecuatoriano que recorrió más de cuatrocientas localidades de la cuenca del Chinchipe; los estudios posteriores de radiocarbono y de estilo confirmaron la existencia de una nueva sociedad que floreció entre 5.500 y 1.700 años antes del presente.

La cultura Mayo Chinchipe‑Marañón se expandía desde las cabeceras del río Chinchipe, en la provincia ecuatoriana de Zamora Chinchipe, hasta la desembocadura del Marañón en el norte de Perú, abarcando unos 9.700 kilómetros cuadrados. Este territorio se conoce como la “ceja de selva” porque conecta la Amazonía con las laderas orientales de los Andes; sus rutas naturales ofrecían pasos relativamente bajos de la cordillera y accesos fluviales que facilitaban el intercambio con la costa del Pacífico.

Durante décadas se pensó que la selva era un impedimento para el desarrollo tecnológico y social, pero los descubrimientos demostraron que este corredor era un espacio de innovación y comunicación. Gracias a esta ubicación estratégica, los habitantes de la cuenca del Chinchipe comerciaban con bienes y conocimientos de diversas regiones, cuestionando la imagen de una Amazonía marginal y aislada.

Santa Ana‑La Florida, el asentamiento más estudiado, revela una arquitectura monumental con complejidad insospechada. En el extremo oriental del sitio se construyó una plataforma ovalada que se elevaba más de tres metros sobre el nivel del suelo; sus muros concéntricos se fueron adosando hasta formar una gran espiral de piedra, rematado por un templo circular con un eje ceremonial que convergía en una hoguera central.

Estos ajuares funerarios indican la existencia de jerarquías sociales y rituales fúnebres elaborados, algo que contradice la idea de sociedades amazónicas igualitarias. El patrón de viviendas nucleadas en torno a plazas y templos sugiere una vida sedentaria e integrada, donde el aspecto ritual tenía un papel central.

Uno de los aspectos más llamativos de esta civilización es la “arquitectura en espiral”. Tanto en Santa Ana‑La Florida como en Montegrande, un sitio hermano ubicado al otro lado de la frontera peruana, los templos se construyeron con muros y escaleras que giran de manera helicoidal alrededor de un altar central. Esta disposición podría simbolizar movimientos cósmicos o la ascensión espiritual, y al mismo tiempo organizaba el espacio en niveles que guiaban el tránsito de los participantes durante las ceremonias. La repetición del patrón en lugares separados sugiere una ideología compartida y confirma la existencia de intercambios regulares entre comunidades de ambos países.

Entre lo más llamativo está la aparición de maíz y cacao, plantas cuya introducción a la Amazonía se pensaba tardía; las dataciones en la Alta Amazonía representan la prueba más temprana de cultivo y consumo al este de los Andes.

El cacao, principal ingrediente del chocolate, se asocia históricamente a las civilizaciones mesoamericanas, pero las cerámicas de Palanda revelan granos de almidón de Theobroma cacao, de Herrania y presencia de teobromina, un alcaloide típico del cacao. Un equipo internacional liderado por el arqueólogo Michael Blake demostró que los miembros de esta cultura utilizaban semillas de cacao hace más de 5.000 años, lo que desplazó el origen del uso de cacao 1.500 años antes y 1.400 millas al sur de lo que se creía. El cacao era molido y transformado en bebidas que se consumían en banquetes y rituales funerarios.

Además del cacao, las botellas de asa de estribo halladas en las tumbas mostraron granos de almidón de maíz y de otros tubérculos, lo que sugiere que se preparaban “chichas” fermentadas de yuca, maíz y cacao para acompañar a los difuntos en su viaje al más allá. El análisis de otros recipientes reveló trazas de yuca, ñame y camote, indicando que las ofrendas alimenticias incluían una variedad de plantas.

La presencia de estos materiales exóticos evidencia redes comerciales que conectaban la Amazonía con la costa y los Andes, y confirma que las comunidades del Chinchipe intercambiaban productos y conocimientos con las culturas Valdivia y Catamayo.

La iconografía local, en cambio, incorpora jaguares, águilas harpías, serpientes y caimanes, lo que refleja una cosmovisión vinculada a la selva y al chamanismo. Entre los objetos rituales se hallaron cajas de llipta para preparar la cal usada en la masticación de coca; análisis químicos identificaron carbonato de calcio y fragmentos de hojas. La coincidencia de objetos y sustancias sugiere que el intercambio de ideas y de productos psicoactivos atravesaba la cordillera.

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